viernes, 27 de julio de 2007
domingo, 22 de julio de 2007
El cuento de ZhenliNi en foto

—Para que no me reconozcan mañana en el Fortín, ¿me pongo un arreglo floral en la cabeza?
—Mmm, ¿si me hago un auto–autoatentado, y culpo a la APPO?
—Ash… ¿y ahora qué diré a Soberanes?
—¿Y si contrato a los abogados de Zhenli para desviar la atención?
El cuento de ZhenliNi en foto¿Con o sin Guelaguetza?
(Comience a leerse con música, de preferencia sonidos milenarios de la antigua China.) Era el año 1963 de nuestro calendario. En la cultura china se marcaba como el Año de la Liebre. Sí, ese animalito que corre y corre y se va.
En Shangai, en el seno de la familia Ye Gon (¿o dinastía?) nació un niño.
No sabían cómo ponerle. Era bien vivillo desde chiquillo. Cuando lo regañaban, acusaba a sus hermanos de que ellos habían sido los culpables.
Con el paso de los días, decidieron llamaron Zhenli.
Zhenli Ye Gon.
Desde su nacimiento era un chinito enfermizo de primera. Siempre estaba mal de la garganta, molestia que intentaban calmar con remedios caseros… No conocía nada de medicamentos elaborados a base de seudoefedrina.
Como siempre le hacía cara de fu–chi a lo que su mamá le daba, ella lo amenazaba de una forma poco usual para un niño.
—Tu tomaltelo o no tomas y cueio…
Lo que su mamá le quería decir era que se podía morir…
Uy, es de esas cosas que las madres no saben el daño que les hacen a sus chiquillos.
Más adelante, esa misma estrategia él la usaría a su favor… ¿O en su contra?
Como buenos chinos, la familia Ye Gon intentó darle lo mejor de la escuela a sus hijos. Zhenli siempre era reconocido por sus maestros, principalmente en aquellas tareas en las cuales trataba de hacer fórmulas extrañas. Por ejemplo, compuestos médicos. Ojo, no drogas.
Eso sí, de geografía pedía que no le preguntaran nada. Confundía oriente con occidente, y nunca, nunca pudo solucionar esta desubicación.
En su juventud y adultez, como a algunos se les complicaba decir su nombre, lo comenzaban a llamar Chaley Ye, que la verdad también era medio confuso.
Como no quería ser un chinito más en medio de miles de millones de habitantes, Zhenli quiso probar suerte… Se adentró hacia tierras lejanas.
Había oído hablar de México, de su barrio y cómo no, ¡de sus chinas poblanas!
Aunque usted lo no crea. Pensó que aquí podría “comel también aloz”.
Y sí, llegó a la calle de Dololes —así lo pronunciaba él, pero es Dolores— en el Centro Histórico de la ciudad de México.
Algunas veces participó en la celebración del año nuevo chino…
Era de los que se escondían debajo del largo disfraz de dragón, para que no lo vieran.
Como el cambio de clima le afectó, siempre andaba enfermo, con gripa.
Iba con los médicos tradicionalistas del Barrio chino, pero no se mejoraba. Hasta que llegó a una farmacia.
Le recetaron una medicina en la cual, dentro de sus componentes, estaba la seudoefedrina.
Fue su primer contacto directo con la sustancia, ahora ya sabiéndo para qué servía. Esa palabrita nunca la olvidaría.
Comenzó a trabajar en una de las famosas droguerías —así se les decía a las farmacias— del centro capitalino. Y nuevamente se encontró con la seudo…
En uno de sus ratos libres, revisó qué uso tenía ese componente. Como buen chinito, se lo aprendió de memoria.
Entre sus compañeros de trabajo le molestaba que le dijeran El Chino. En una ocasión lo acusaron de sacarse algunas cajitas de medicina elaborada a base de ese compuesto. A sus jefes les repetía:
—Soy una víltima inocente… soy una víltima inocente… soy un testigo y debo exponel la veldá detlás de esta conspilación.
Y no le pudieron comprobar nada de nada.
Quién sabe porqué estas frasecitas se las aprendió como las clases de Confucio.
Sus compañeros de trabajo, luego de ver cómo era de abusado para defenderse, pintaron su raya con él, y se la llevaron tranquila.
Ahora le decían sólo Zhen–Gon. Claro, por aquello de lo listo, aunque ni tanto.
Sus compañeros jugaban con él a que cantara todo el Himno mexicano. Nunca lo pudo decir de corridito.
Con el paso de los años, le comenzó a tomar cariño a los fármacos.
Cada momento tenía en la mente lo que su horóscopo chino y el I–ching le decían de sus características. Su elemento fijo es la madera y su variable, el agua.
Un golpe de suerte china le permite fundar su emporio: se llama(ba) Unimed Pharm Chem México. Quería ser la punta de lanza en materia de fármacos en todo el mundo.
Además, se hizo de una lujosa mansión, en la zona de Lomas de Chapultepec.
—Estamos celca del bosque de Chapultepel… ¿se acueldan del cuento que les conté sobre el chinito que se peldió en el bosque?
En su hermosa casa vivía con su esposa Tomoiyi y sus hijos. Por supuesto que era fiel seguidor del Feng Shui.
La armonía se veía por todos lados. El agua estaba presente en la enorme piscina, los grandes espacios para que fluyera la energía, la naturaleza en sus enormes jardines, y eso sí, dinero por doquier. Creía que dinero llama dinero. Hasta en la alacena lo guardaba.
Llegó a juntar más de 205 millones de dólares. Eso sí, como buen chino, incluso billetes falsos tenía.
Al ver que como México no hay dos para hacer business, decidió pedir la nacionalidad mexicana. Fue en agosto del 2002 cuando comenzó con los trámites.
Como era un buen nuevo mexicano, por azares del destino el 3 de febrero del 2003 lo eligieron para que en un acto oficial recibiera su documento.
Ya para el 2006 era reconocido por los empresarios mexicanos como el dragón asiático. Un día le dio por leer su horóscopo:
—La liebre, que como la Rata también viene de un año difícil, encontrará muchos obstáculos para sus planes más inmediatos. Posiblemente sea mejor así y se eviten males mayores. Cuiden de no ponerse excesivamente a la defensiva y esperen por tiempos mejores…
Y fue en así como en mayo del 2006, la suerte le cambió —¿o él la cambió?—. Como ya no tenía dónde guardar tanto dinero, escribió un verdadero cuento chino, con villanos y víctimas.
Ideó una historia que ni Bruce Lee estelarizaría. Pensó en que sería bueno que alguien lo amenazara.
—Sí, que digan que este dinelo me lo vinielon a gualdal aqui…
Lo repetía en su jardín, en su sala, abriendo sus brazos y girando.
Y se acordó de su niñez tormentosa. De esos días en que no quería tomar remedios caseros.
—Sí… dilé que ellos decilme… o coopelas o cueio…
Entreabriendo los ojos se ve asombrado, y se lleva el dedo índice derecho a media garganta. Iba y venía todo el tiempo repitiendo eso.
Hasta que un día, algo le salió mal.
Por no abrir bien los ojos, su cuento chino tuvo un final diferente al que él había escrito.
Lo acusaron de narcotraficante. Recordó sus tiempos en los que se podía esconder debajo del traje del dragón. Huyó y se escondió donde nadie lo podía ver…
Cada vez que reaparecía, sólo se limitaba a declarar, y recordar lo que dijo la primera vez que lo acusaron:
—Soy una víltima inocente.
Cuando a las autoridades se les hizo muy extraña su historia, y comenzaba a confundir Puebla con el Medio Oriente, de plano no le creyeron nada. ¡Hasta el gobierno chino lo desconoció como ciudadano!
Y lo cuestionaron sobre por qué no hizo nada cuando según él le daban a guardar los cientos de fajos de dólares en su casa.
Él se acordó de esa máxima popular y contestó:
—Yo como el chinito… sólo milando… sólo milando… si no, cueio...
RECUENTO
Los ‘dimes y diretes’ que siguen entre el presidente Felipe Calderón y el jefe de Gobierno capitalino Marcelo Ebrard. Mientras que uno llama al diálogo, el otro dice que ni siquiera en foto los verán juntos. .
(Comience a leerse con música, de preferencia sonidos milenarios de la antigua China.) Era el año 1963 de nuestro calendario. En la cultura china se marcaba como el Año de la Liebre. Sí, ese animalito que corre y corre y se va.
En Shangai, en el seno de la familia Ye Gon (¿o dinastía?) nació un niño.
No sabían cómo ponerle. Era bien vivillo desde chiquillo. Cuando lo regañaban, acusaba a sus hermanos de que ellos habían sido los culpables.
Con el paso de los días, decidieron llamaron Zhenli.
Zhenli Ye Gon.
Desde su nacimiento era un chinito enfermizo de primera. Siempre estaba mal de la garganta, molestia que intentaban calmar con remedios caseros… No conocía nada de medicamentos elaborados a base de seudoefedrina.
Como siempre le hacía cara de fu–chi a lo que su mamá le daba, ella lo amenazaba de una forma poco usual para un niño.
—Tu tomaltelo o no tomas y cueio…
Lo que su mamá le quería decir era que se podía morir…
Uy, es de esas cosas que las madres no saben el daño que les hacen a sus chiquillos.
Más adelante, esa misma estrategia él la usaría a su favor… ¿O en su contra?
Como buenos chinos, la familia Ye Gon intentó darle lo mejor de la escuela a sus hijos. Zhenli siempre era reconocido por sus maestros, principalmente en aquellas tareas en las cuales trataba de hacer fórmulas extrañas. Por ejemplo, compuestos médicos. Ojo, no drogas.
Eso sí, de geografía pedía que no le preguntaran nada. Confundía oriente con occidente, y nunca, nunca pudo solucionar esta desubicación.
En su juventud y adultez, como a algunos se les complicaba decir su nombre, lo comenzaban a llamar Chaley Ye, que la verdad también era medio confuso.
Como no quería ser un chinito más en medio de miles de millones de habitantes, Zhenli quiso probar suerte… Se adentró hacia tierras lejanas.
Había oído hablar de México, de su barrio y cómo no, ¡de sus chinas poblanas!
Aunque usted lo no crea. Pensó que aquí podría “comel también aloz”.
Y sí, llegó a la calle de Dololes —así lo pronunciaba él, pero es Dolores— en el Centro Histórico de la ciudad de México.
Algunas veces participó en la celebración del año nuevo chino…
Era de los que se escondían debajo del largo disfraz de dragón, para que no lo vieran.
Como el cambio de clima le afectó, siempre andaba enfermo, con gripa.
Iba con los médicos tradicionalistas del Barrio chino, pero no se mejoraba. Hasta que llegó a una farmacia.
Le recetaron una medicina en la cual, dentro de sus componentes, estaba la seudoefedrina.
Fue su primer contacto directo con la sustancia, ahora ya sabiéndo para qué servía. Esa palabrita nunca la olvidaría.
Comenzó a trabajar en una de las famosas droguerías —así se les decía a las farmacias— del centro capitalino. Y nuevamente se encontró con la seudo…
En uno de sus ratos libres, revisó qué uso tenía ese componente. Como buen chinito, se lo aprendió de memoria.
Entre sus compañeros de trabajo le molestaba que le dijeran El Chino. En una ocasión lo acusaron de sacarse algunas cajitas de medicina elaborada a base de ese compuesto. A sus jefes les repetía:
—Soy una víltima inocente… soy una víltima inocente… soy un testigo y debo exponel la veldá detlás de esta conspilación.
Y no le pudieron comprobar nada de nada.
Quién sabe porqué estas frasecitas se las aprendió como las clases de Confucio.
Sus compañeros de trabajo, luego de ver cómo era de abusado para defenderse, pintaron su raya con él, y se la llevaron tranquila.
Ahora le decían sólo Zhen–Gon. Claro, por aquello de lo listo, aunque ni tanto.
Sus compañeros jugaban con él a que cantara todo el Himno mexicano. Nunca lo pudo decir de corridito.
Con el paso de los años, le comenzó a tomar cariño a los fármacos.
Cada momento tenía en la mente lo que su horóscopo chino y el I–ching le decían de sus características. Su elemento fijo es la madera y su variable, el agua.
Un golpe de suerte china le permite fundar su emporio: se llama(ba) Unimed Pharm Chem México. Quería ser la punta de lanza en materia de fármacos en todo el mundo.
Además, se hizo de una lujosa mansión, en la zona de Lomas de Chapultepec.
—Estamos celca del bosque de Chapultepel… ¿se acueldan del cuento que les conté sobre el chinito que se peldió en el bosque?
En su hermosa casa vivía con su esposa Tomoiyi y sus hijos. Por supuesto que era fiel seguidor del Feng Shui.
La armonía se veía por todos lados. El agua estaba presente en la enorme piscina, los grandes espacios para que fluyera la energía, la naturaleza en sus enormes jardines, y eso sí, dinero por doquier. Creía que dinero llama dinero. Hasta en la alacena lo guardaba.
Llegó a juntar más de 205 millones de dólares. Eso sí, como buen chino, incluso billetes falsos tenía.
Al ver que como México no hay dos para hacer business, decidió pedir la nacionalidad mexicana. Fue en agosto del 2002 cuando comenzó con los trámites.
Como era un buen nuevo mexicano, por azares del destino el 3 de febrero del 2003 lo eligieron para que en un acto oficial recibiera su documento.
Ya para el 2006 era reconocido por los empresarios mexicanos como el dragón asiático. Un día le dio por leer su horóscopo:
—La liebre, que como la Rata también viene de un año difícil, encontrará muchos obstáculos para sus planes más inmediatos. Posiblemente sea mejor así y se eviten males mayores. Cuiden de no ponerse excesivamente a la defensiva y esperen por tiempos mejores…
Y fue en así como en mayo del 2006, la suerte le cambió —¿o él la cambió?—. Como ya no tenía dónde guardar tanto dinero, escribió un verdadero cuento chino, con villanos y víctimas.
Ideó una historia que ni Bruce Lee estelarizaría. Pensó en que sería bueno que alguien lo amenazara.
—Sí, que digan que este dinelo me lo vinielon a gualdal aqui…
Lo repetía en su jardín, en su sala, abriendo sus brazos y girando.
Y se acordó de su niñez tormentosa. De esos días en que no quería tomar remedios caseros.
—Sí… dilé que ellos decilme… o coopelas o cueio…
Entreabriendo los ojos se ve asombrado, y se lleva el dedo índice derecho a media garganta. Iba y venía todo el tiempo repitiendo eso.
Hasta que un día, algo le salió mal.
Por no abrir bien los ojos, su cuento chino tuvo un final diferente al que él había escrito.
Lo acusaron de narcotraficante. Recordó sus tiempos en los que se podía esconder debajo del traje del dragón. Huyó y se escondió donde nadie lo podía ver…
Cada vez que reaparecía, sólo se limitaba a declarar, y recordar lo que dijo la primera vez que lo acusaron:
—Soy una víltima inocente.
Cuando a las autoridades se les hizo muy extraña su historia, y comenzaba a confundir Puebla con el Medio Oriente, de plano no le creyeron nada. ¡Hasta el gobierno chino lo desconoció como ciudadano!
Y lo cuestionaron sobre por qué no hizo nada cuando según él le daban a guardar los cientos de fajos de dólares en su casa.
Él se acordó de esa máxima popular y contestó:
—Yo como el chinito… sólo milando… sólo milando… si no, cueio...
RECUENTO
Los ‘dimes y diretes’ que siguen entre el presidente Felipe Calderón y el jefe de Gobierno capitalino Marcelo Ebrard. Mientras que uno llama al diálogo, el otro dice que ni siquiera en foto los verán juntos. .
La reactivación del conflicto magisterial–APPO con el gobierno de Oaxaca. Volvieron los excesos policiacos; pero las autoridades ya dieron la bienvenida a los organismos de derechos humanos, estatales y nacionales, para que realicen sus propias investigaciones. Ahora hasta dos Guelaguetzas habrá....
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